El resultado de los comicios del 7 de septiembre en la Provincia de Buenos Aires amenazó con provocar un vuelco decisivo en la política argentina que puso en jaque al gobierno de Javier Milei, al punto de poner en duda su continuidad en caso de existir una reafirmación de esos números en el mes de noviembre. Finalmente eso no sucedió, por obra y gracia de la intervención de Donald Trump y Scott Bessent, y por las debilidades y confrontaciones dentro del panperonismo bonaerense, que casi no hizo campaña para las elecciones nacionales y se dedicó a profundizar su disputa interna.
Sin embargo, y de cara a lo que vendrá, esos comicios provinciales permitieron convalidar el respaldo y la gobernanza de los intendentes, que en su mayoría recibieron un amplio apoyo de sus vecinos.
En el caso del peronismo, dos elecciones cruciales aparecen en el horizonte: la de renovación de autoridades partidarias en el mes de marzo de 2026, y las de renovación de la gobernación en 2027. Por estas razones, el fin de año en el peronismo provincial fue caótico y amenaza continuar durante el verano con mayor intensidad, al desatarse una interna desenfrenada para posicionarse ante estos dos desafíos. Sin posibilidades de reelección y muy escaso de apoyos legislativos, el gobernador Axel Kicillof ha quedado reducido a la condición de “Pato Rengo” que sólo puede aspirar a terminar su mandato, condenado a hacer concesiones y malabares para alcanzar ese objetivo. Por cierto que todo podría haber sido diferente si después del espaldarazo electoral de septiembre hubiera asumido un protagonismo significativo frente a las elecciones de octubre. Pero su estilo consiste en procastinar, tratar de armonizar lo imposible, y evitar los choques frontales. Tal vez formalmente pretenda mantener sus ilusiones presidenciales y proyectarse a la escena nacional, pero no tiene sostén sólido en la provincia, ni en lo institucional ni en lo financiero, ya que precisa como el viajero en el desierto al agua el respaldo legislativo de la Cámpora, que ya consiguió la hegemonía en Diputados y avanza en una lucha sin cuartel por el Senado.
La agrupación estrella del cristinismo se ha convertido en un aceitado mecanismo de acción burocrática stalinista que, aún sin contar con mayor arraigo en la sociedad y con la mayoría de sus dirigentes repudiados públicamente, consigue imponer el control de sus kioscos institucionales e incrementarlos a través de campañas de destrucción de enemigos internos y alianzas subterráneas con el gobierno de Javier Milei y un sector de la Justicia. Así las cosas, Máximo Kirchner sabe que no podrá reelegir en la presidencia del PJ provincial, pero aspira a seguir controlándolo mediante otra figura de su agrupación o bien de algún aliado amigable, como es el caso de Federico Otermín. Cuenta, además, con la disposición suicida de Axel Kicillof de llegar a un acuerdo para evitar unos comicios competitivos, alcanzando una candidatura de unidad que sólo terminaría de hundirlo.
En medio de este juego entre ambiciones ilimitadas y conmovedora inocencia política se levantan las figuras de los intendentes aliados del gobernador, que son los únicos que pueden demostrar arraigo y respaldo popular. Varios de ellos aspiran al sillón de gobernador en 2027, entre los que se destacan Mayra Mendoza (Quilmes) por La Cámpora, Mariel Fernández (Moreno) por el Movimiento Evita, Gabriel Katopodis (ex intendente de San Martín), más próximo a Sergio Massa, o Jorge Ferraresi (Avellaneda), uno de los principales inspiradores del kicillofismo. Todos ellos muestran un amplio apoyo en sus distritos, pero dificultades para transcender las fronteras de sus municipios. No queda aún muy en claro cómo, pero ante la ausencia de un liderazgo sólido dentro del pan peronismo, se dibuja en el horizonte un escenario inédito para su proyección.
Por ahora, quien deberá tomar una decisión trascendental es Axel Kicillof, aunque, debido a su debilidad extrema, todas las soluciones tienen un alto costo. Si acuerda con Máximo Kirchner perderá a los intendentes y quedará preso de la Cámpora y de Cristina Fernández. Si opta por la ruptura y el apoyo a los propios, corre el riesgo de quedarse sin apoyo legislativo. Finalmente, si no hace nada y sólo dilata su decisión, puede perder todos los apoyos y quedar totalmente aislado. La experiencia invita a pronosticar que la última es la opción más probable, habida cuenta de su tradicional incapacidad para aprovechar las situaciones favorables para incrementar su poder político. No tiene mucho tiempo: marzo está a la vuelta de la esquina y su control del Senado provincial se está cayendo a pedazos.

