Cuando, a principios de la semana que pasó, Alberto Fernández presentó una impensada denuncia contra Javier Milei y Rodrigo Marra por «intimidación pública», a raíz de sus declaraciones sobre el peso argentino que aceleraron la corrida financiera y pretendieron, sin éxito, provocar una corrida bancaria, sólo recibió críticas de su coalición. Mucho más al conocerse que no había consultado al candidato presidencial, Sergio Massa, antes de realizar esa movida. E incluso trascendió que el ministro de Economía se comunicó telefónicamente para reprocharle su decisión.
La interpretación prevaleciente dentro de todo el arco político y comunicacional fue que Alberto Fernández intentó hacerse notar dentro de una coalición que lo ignora desde casi un año, recurriendo a una tradicional herramienta argenta: el “fuego amigo”. ¿Cuál otro podría ser su objetivo al darle un argumento para victimizarse al principal adversario en la contienda presidencial, justamente en el momento en el que estaba siendo crucificado públicamente por su responsabilidad en la estampida del dólar blue?
Milei aprovechó la volada y dio una respuesta de manual: se victimizó, denunció al oficialismo por querer “proscribirlo”, redoblando su apuesta de dolarización.
Pero, sorpresivamente, cuando todo parecía condenar al presidente por su escaso compromiso con UxP y su afán de hacerse notar, algo cambió. Tal vez por aquella afirmación de que “los seres humanos hacen cosas, pero no pueden predecir las consecuencias de las cosas que hacen”.
El libertario cometió varios errores, producto de la sensación de impunidad con la que actúa y que su entorno y los medios amigos fomentan. La primera fue que la conferencia de prensa tuvo lugar en Bull Market, la financiera de la familia Marra, una de las observadas por su autoría ideológica y práctica de la corrida del dólar en las últimas dos semanas. La segunda fue la violenta agresión hacia el periodismo, por no hacer silencio cuando estaba haciendo uso de la palabra, que confirmó todas las sospechas sobre el autoritarismo intrínseco y el desequilibrio emocional que se le atribuye mayoritariamente. La tercera fue que, en lugar de conseguir victimizarse, su desempeño confirmó a los ojos de la ciudadanía los riesgos que supondría su llegada a la presidencia. No le había ido bien en el Segundo Debate realizado un par de días antes: la conferencia de prensa mostró al Milei que sus seguidores incondicionales desean ver, pero al que dos tercios de la sociedad abomina.
Asi las cosas, en medio de un terreno electoral embarrado y plagado de zancadillas, revelaciones y acusaciones, la movida de Alberto parece no haber sido tan nociva para UxP, sobre todo cuando el fiscal de la causa decidió darle curso e imputar a los denunciados. Al fin y al cabo, para la opinión pública argentina Alberto está afuera desde hace rato de UxP, y quedó muy en claro que no contó con el aval de esa coalición.
Aunque nos cueste, deberemos esperar al domingo 22 para saber si Alberto Fernández le tiró un salvavidas de plomo a Sergio Massa, o –más allá de cuáles hayan sido sus intenciones- metió un pleno.