La República, en la Argentina, está en terapia intensiva. El presidente Javier Milei nunca se expresó en favor de la democracia ni de la división de poderes, y la configuración de su mesa chica demuestra su determinación de ejercer el poder de manera autoritaria, aplicando la violencia en todas sus formas para imponer sus decisiones.
Nunca, en la historia democrática de nuestro país, un presidente ha agredido, insultado y chantajeado tanto a quienes se atreven a correrse apenas un milímetro de su voluntad, ya sea propios como ajenos. No por casualidad ya fueron desplazados u obligados a renunciar más de 60 funcionarios. Tampoco sorprende que gobierne preferentemente a través de DNUs, o que haya asignado $ 100.000 millones a la SIDE para espiar y presionar a diestra y siniestra.
Las víctimas de la violencia de Milei y sus acólitos no se dirigió, como en el caso del macrisimo, a cristinistas o “kukas”. Los objetos de su ambición desmesurada de poder han sido economistas y políticos embanderados históricamente con el liberalismo, desde Mauricio Macri hasta Carlos Rodríguez o Carlos Melconian; referentes del espectáculo o dirigentes sociales. Tal es el temor que generan las derivaciones de un ejercicio autocrático tal del poder que las votaciones de la semana pasada en Diputados y Senadores expresaron lo que, hasta no hace mucho tiempo, parecía imposible: peronistas, cristinistas, lilitos, radicales y pros votaron en conjunto en el Congreso para tratar de poner un límite a la escalada autoritaria. Esa conducta demostró que lo que está en juego no es una caja de gastos reservados o un índice de actualización para los jubilados, sino la república y la democracia.
Milei perdió 61 a 8 en el Senado, pero ni se inmutó al momento de anunciar que vetaría la actualización jubilatoria en conjunto, acusando a los “degenerados fiscales” que supuestamente pretendían impedir el éxito de su plan económico. Claro está que no dijo que el costo para las finanzas públicas que implicaba esa actualización era similar a lo que éstas dejaban de percibir por la eliminación de impuestos al segmento más rico de la sociedad. La hipocresía es un factor que lo caracteriza, así como la manipulación de datos para tratar de presentarse como la única alternativa posible para torcer el largo camino de la declinación argentina, aunque, en realidad, sólo apueste a profundizarlo en tiempo récord.
Que el gobierno no crea ni respete los mecanismos de la República quedó nuevamente en claro la semana que pasó, ya que ni se molestó en negociar los votos legislativos para imponer sus puntos de vista. Simplemente se limitó a anticipar que aplicaría sistemáticamente el veto a toda decisión legislativa que le desagradara. De este modo, cumplía su nefasta advertencia inicial de asumir un poder autocrático, con su discurso de asunción en el exterior del Congreso y de espaldas a él.
Lo que si sorprendió, en cambio, fue la actitud viscosa de Mauricio Macri, quien convocó a sus legisladores a votar en contra de las iniciativas y las pretensiones del gobierno, para inmediatamente –cena con Milei de por medio- respaldar la aplicación del veto a aquella ley que él mismo acababa de militar. ¿Qué pasó en la cena de Olivos? ¿Hubo acuerdo entre ambos para que el macrismo pasara a integrar activamente el gobierno, o el ex presidente fue amenazado con carpetazos que pondrían en riesgo el futuro de sus empresas y su propia libertad individual?
En los próximos días ese interrogante comenzará a develarse. Por lo pronto, las agresiones y descalificaciones de Macri por parte del ejército de trolls financiados por el erario público no se detuvieron, y resta saber cómo volverá Santiago Caputo de la licencia provisoria que se le concedió en el foco de los cuestionamientos sobre su permanencia como asesor y cerebro político del actual gobierno.
Mientras que las conductas de Macri lo hacen aparecer públicamente como bipolar o esquizofrénico, los principales referentes de las fuerzas políticas siguen construyendo puentes para tratar de evitar el colapso definitivo de la República. Así quedó explicitado en el intercambio entre el senador Mayans y la vicepresidenta Victoria Villarruel, con el “jamoncito del medio” como excusa; las advertencias de Miguel Pichetto sobre los riesgos que implica vetar una ley aprobada con más del 80% de los votos y con tanta incidencia sobre una amplia porción de la población; las alertas sobre el síndrome autoritario de Milei y cía. Formuladas por Elisa Carrió, o la confusión de los macristas sobre cómo deben actuar con una jefatura que los convoca a votar en un sentido, para luego descalificarlos por lo que hicieron.
Las votaciones de la semana pasada demostraron que la oposición está en condiciones de sumar los dos tercios para iniciar un juicio político contra Milei. El gobierno lo sabe y reacciona como fiera en su madriguera, duplicando sus tendencias autoritarias. Resta saber si las fuerzas democráticas serán capaces de poner coto a este proyecto autocrático, insistiendo en el Congreso para garantizar la vigencia de lo aprobado y vetado, o privará el temor ante las consecuencias de actuar abiertamente en favor de la democracia, que nunca antes estuvo tan en riesgo hasta ahora, desde su reinstalación en 1983..