Aunque constantemente se haga hincapié en la corrupción y el descrédito de la política, el poder más condenado por los argentinos es el Judicial, que detenta una imagen negativa que roza el 90%. ¿Es posible que funcione una República en la que el poder más determinante, aquél del que en última instancia dependen la libertad y la propiedad de los ciudadanos, o la confirmación de la legalidad y vigencia de leyes y DNUs, sea el objeto de sospechas y certezas de ejercicio de las peores prácticas, incluso las más delictivas, por parte de la sociedad sobre la que debe ejercer su autoridad?
Desde hace unos meses, la postulación a la Corte Suprema del Juez Ariel Lijo abrió la caja de Pandora de la que salieron a la luz las más condenables prácticas del Poder Judicial. Algunos condenaron su pliego, amparándose en las conductas y procedimientos non sanctos que lo caracterizan. Otros, afectados por causas en su contra que en cualquier sociedad llevarían a un condena, vieron en su llegada al Tribunal Superior de la Argentina su propio pasaporte a la impunidad. Un tercer grupo, finalmente, evalúa ante todo las consecuencias que podría significarle un voto negativo, tanto si termina siendo designado como si no lo es.
No es Lijo, por cierto, el único caso de un juez cuestionado por sus conductas y procedimientos. En la última semana, en medio de las idas y vueltas del pliego de Lijo salió a la luz la denuncia por violación y amenazas al juez Hornos -muy próximo a Mauricio Macri-por parte de su ex pareja, en la que se puntualizan las reiteradas situaciones de violencia que debió soportar durante los años en que se mantuvo esa relación.
Hornos fue acusado por haberle obligado a tener sexo sin su consentimiento cuando estaba bajo los efectos de medicación (Rivotril) y por las amenazas que sufrió de parte del juez del juez para evitar o retirar la denuncia. Según sostiene el escrito respectivo, el hecho más grave tuvo lugar en 2015, cuando el juez la habría forzado a mantener relaciones sexuales sin su consentimiento luego de una cena. Debido a la medicación que ingería tras haber sido sometida a una intervención quirúrgica, ella se habría mareado y quedado en estado de inconsciencia, sin posibilidad de consentir el acto sexual.
Días atrás, Hornos enterado de que su ex pareja iba a denunciarlo, comenzó a intimidarla: «yo soy Juez, tengo mucho más poder que vos», le dijo a la víctima y la amenazó con «contar intimidades de su hija de 12 años».
Entre el 18 y el 24 de agosto de este año, al tomar conocimiento Hornos de la decisión de denunciarlo, habría enviado a un amigo suyo a amenazar a su ex pareja, advirtiéndole que “no denuncie porque la iban a enterrar”. Por su parte, el juez le habría informado a su ex pareja que se trataba de «un mafioso que trabaja en operaciones de inteligencia», según se consigna en la causa..
En otra de las situaciones que se relatan en el escrito, se indica que, luego de tener sexo, el juez tuvo que salir de urgencia, pero se empecinó en que ella no debía quedarse sola en su departamento, por lo que Hornos habría sacado un arma de fuego de la mesa de luz para obligarla, en medio de una áspera discusión.
Visiblemente afectada por los destratos recibidos, la víctima consultó a una psicóloga, quien le recomendó formalizar la denuncia. Al enterarse Hornos le habría respondido de manera agresiva: «Yo hago lo que quieras pero retírame la denuncia. Soy Juez, soy más grande, tengo más recursos que vos», y además le advirtió que no iba a poder entrar a Europa ya que él utilizaría sus influencias
La vida de la denunciante se convirtió en un verdadero calvario a partir de entonces, en el que sufrió amenazas y presiones de todo tipo. Incluso, en su desesperación por conseguir la eliminación de la denuncia, Hornos habría admitido que «siempre tengo un ministro de la Corte que es amigo mío que me salva».
En este punto se encuentran los hechos de la denuncia sobre Hornos y los oscuros procedimientos de la Justicia argentina que salieron nuevamente a la luz con la postulación de Lijo. Lo más grave es que, más allá de lo que suceda con el caso, nadie en su sano juicio percibe que la víctima pueda estar mintiendo o distorsionando la realidad en su relato. Es la (in) Justicia que tenemos, y que blande su espada de Damocles sobre las cabezas de todos nosoros.