Este lunes, en la reserva municipal Los Robles, de la localidad de Moreno, el PJ bonaerense, conducido por Máximo Kirchner, organizó una reunión a la que fueron invitados Cristina, Axel, Sergio Massa y buena parte de la dirigencia más representativa del pancristinismo. No hubo transmisión en vivo ni en diferido –algo muy extraño cada vez que la ex presidenta decide hacer uso de la palabra-, pero sí una pretendida “foto de unidad”. Pero lo que realmente no son las apariencias sino el contenido, y el encuentro sólo sirvió para corroborar que la herida existente es casi terminal. Rencores, pases de factura y horizontes y estrategias diferenciados fue lo único que pudo extraerse de una convocatoria a la que la mayoría asistió simplemente como para no aparecer como responsable de la fractura.
Como siempre, Cristina reclamó sus derechos de autora sobre Axel y sobre la dirigencia allí presente, representándose como “la madre de todos”; los serviles dirigentes de la Cámpora le reclamaron obediencia y lealtad al gobernador; el “Cuervo” Larroque exigió un “apoyo explícito” de la ex presidenta para Kicillof. Los intercambios rápidamente terminaron en agresiones cruzadas y palabras soeces.
Si algo pudo extraerse el encuentro fue que las diferencias y los odios indisimulables se imponen largamente a cualquier pretendido punto de encuentro. Esto quedó muy en claro no sólo en las funciones y estructuras jerárquicas que se expresaron, sino también en su divergente lectura de un proceso electoral inminente, críptico en cuanto a los resultados que podrían esperarse de la combinatoria entre el viejo modelo –que continuará para los cargos provinciales- y el nuevo de lista única, para los nacionales.
Mientras que, para Axel y las mayoría de los intendentes –al menos de los que no manifiestan obediencia ciega hacia Cristina, lo mejor es diferenciar las fechas de votación, municipalizar y provincializar a la bonaerense, ya que muchos alcaldes conceden que comparten demasiados votantes con Javier Mieli, pero que el presidente no tiene presencia ni representantes claros en sus distritos, por lo que eso facilitaría las cosas. Y muy probablemente estén en lo cierto.
Cristina, en cambio, pretende desatar monstruos que sólo existen en su mente afiebrada, y pronostica que esa diferenciación conducirá a un ataque sistemático de los medios sobre las políticas y el estado de la provincia y de los municipios, por lo que deberían presentarse en un conglomerado uniforme y en una misma fecha a los comicios.
Lo que no entiende la anciana dirigente es que la boleta única vino a cambiar radicalmente la escena. Las elecciones nacionales y provinciales ya no comparten ni el formato de las boletas, ni siquiera las mismas urnas. Ya no alcanza con su cara encabezando la boleta principal para arrastrar a todo el conjunto, y tampoco es claro si su presencia sumaría o, más seguramente, restaría muchos sufragios al conjunto. Intendentes y gobernador lo tienen claro: sería, una vez más pero mucho más que nunca antes, la capitana de la derrota.
Pero, además de las diferencias sobre estrategias comiciales, hay otro factor decisivo que los distancia: Cristina y la Cámpora pretenden ganar las elecciones reciclando el pasado, mientras que Axel propone “tocar una nueva canción”, más acorde con las condiciones y exigencias del presente y del estado de ánimo de la sociedad bonaerense.
Así las cosas, cualquier entendimiento parece inviable, y por esta razón la foto del encuentro los mostró revueltos, pero no juntos. El problema es la profundidad de la ruptura, y saber si es posible alcanzar alguna clase de entendimiento táctico. Está muy claro que los intendentes, en general, no piensan hacer nada para garantizarle votos en las elecciones nacionales a la antigua “Jefa”, y que Cristina no sabe cómo hacer para disciplinarlos. En estas condiciones, el panorama electoral de la principal oposición afronta oscuros nubarrones, y los augurios saben a la amargura de una derrota provocada por los egos y la soberbia que continúan aún sin tener una base de sustentación precisa.