¿Con qué Argentina nos encontraremos a partir del 20 de noviembre? Reina la incertidumbre sobre el día después de la definición del balotaje. Por más que se haga memoria, no es posible encontrar un antecedente de una definición tan determinante como la que deberemos adoptar, ya que no sólo se trata de definir un presidente, sino de elegir entre más de lo conocido, probablemente mejorado y ordenado, o dar un salto al vacío.
Del lado de Sergio Massa el plan de campaña está ordenado y sólo podría afectarlo algún imprevisto de los que últimamente han abundado en la política argentina. El candidato de UxP se concentrará en dos direcciones fundamentales. Trabajar sobre el territorio, tratar de concientizar a sus votantes y, sobre todo, a quienes no lo han votado en primera vuelta, tanto sobre la orientación de su eventual gobierno, profundizando la línea de impulsar la producción, recuperar el empleo y empoderar los bolsillos de la gran mayoría de los argentinos, por un lado; y esclarecer sobre los riesgos que implica la llegada al poder del contubernio Macri-Milei, quienes no han ocultado su disposición a profundizar el ajuste, eliminar los derechos adquiridos por los trabajadores y privatizar recursos y servicios públicos amparados una abstracta síntesis entre “libertad” y “cambio”.
La concisa estrategia de Massa se contrapone con lo que sucede en la opción contra la que compite. Allí nada es claro. ¿Se impondrá el programa que tanto Mauricio Macri como sus voceros le habrían impuesto al libertario, según aseguran, y que implica el abandono de su propuesta original de dolarización, eliminación del Banco Central, habilitación de la venta de niños y de órganos, reivindicación del negacionismo y de la Dictadura, y ruptura de relaciones con el Vaticano? ¿O, por el contrario, debemos creerle a Milei cuando afirma que tanto la dolarización como el fin del Banco Central siguen en pie, y que si bien las otras iniciativas podrían postergarse, en definitiva no ha llegado a ningún acuerdo programático con Macri?
Poco contribuyen a la armonía general, además, el filtrado de los nombres que compondrían el gobierno de La Libertad Avanza en caso de imponerse. Mientras que desde el campamento macrista se hace saber que Jorge Triaca, Germán Garavano, Guillermo Dietrich, y Federico Sturzenegger, Nicolás Dujovne, Luis Caputo y Guido Sandleris se harían cargo de los ministerios de la gestión, sin descartar a Patricia Bullrich en la cartera de Seguridad; tanto el candidato libertario como lo que quedó de su mesa chica sostienen a rajatabla que el apoyo del ex presidente ha sido “incondicional”, y que Nicolás Posse sería su Jefe de Gabinete; Guillermo Francos, su Ministro del Interior; Sandra Petovello en el superministerio de Capital Humano; Guillermo Ferraro en Infraestructura; Diana Mondino –si consigue cerrar su boca durante dos semanas, su canciller; y la candidata vicepresidenta, Victoria Villarruel, a cargo de un área ampliada que incluiría Seguridad y Defensa.
Estas disidencias, tanto en programa como en nombres, aportan nuevos motivos de incertidumbre respecto de la gobernabilidad que podría tener una gestión en la que necesariamente se exacerbará la disputa por el poder, que no se limitará a la confrontación entre tribus políticas, sino también a poderosos fondos de inversión y a grandes corporaciones internacionales decididas a abalanzarse sobre las joyas de la abuela –petróleo, gas natural, litio y agua potable- de nuestra maltratada Argentina. El reciente conflicto en torno a los combustibles ha sido una señal contundente de lo que cabría esperar a partir del 20 de noviembre en caso de una victoria de La Libertad Avanza.
Por cierto que Sergio Massa no está solo, sino que cuenta con el respaldo de los sectores productivos y laborales de la argentina –empresas y pymes nacionales, sindicatos-, movimientos sociales, gobernadores e intendentes propios, el Partido Socialista y buena parte de la dirigencia democrática de la UCR y de la izquierda que ve con horror el panorama que podría instalarse en la Argentina dentro de dos semanas. Se trata de una definición cabeza a cabeza, que todos coinciden en aceptar que se definirá en las 72 hs. previas, y que podría tener un punto de inflexión en el debate presidencial del domingo próximo, que la mayoría considera crucial. ¿Conseguirá Milei ofrecer una imagen de equilibrio y estabilidad, y será capaz de sostener propuestas coherentes? ¿Cómo hemos podido llegar a una situación límite en la que la estabilidad psiquiátrica de un candidato, a la que todos –propios y ajenos- ponen en duda, se convierta en una de las claves principales para su definición?
Con más dudas que certezas, la sociedad argentina se encamina a afrontar su hora más decisiva. Puede disgustarnos o enojarnos, pero es lo que hay.