Finalmente Cristina Fernández asumió la presidencia del PJN. Fue una toma de funciones descolorida, gris, sin nada del antiguo entusiasmo que provocaban sus apariciones públicas. Apenas si participaron del evento los propios y algunos aliados de menor importancia, que buscaron su proximidad para no caerse de la mesa partidaria. Pero ninguno de los seis gobernadores peronistas la acompañó. Tampoco la enorme mayoría de los intendentes, y ni qué decir de los sindicalistas. Todos les pasaron factura por su traición a Ricardo Quintela y su destrato a Axel Kicillof. Ahora es la presidenta formal de la agrupación, pero muy lejos de su antiguo liderazgo, del que sólo parecen quedar unos pocos vestigios.
Cristina no es ya “La jefa”, sino para La Cámpora y alguna que otra agrupación sin brillo ni relevancia. La mayoría, dentro del amplio espectro del pan peronismo, la quiere afuera o jubilada, y quedan muchas dudas respecto de cuál sería su respuesta ante una eventual convocatoria electoral. Más aún, muchos son los que se muestran mucho más seducidos por un llamado de Javier Milei. Al fin y al cabo, en un espacio desarticulado y controversial como el de LLA, quienes cuentan con una amplia experiencia territorial y organizativa provista por la escuela peronista tienen amplias posibilidades de desarrollo. Cristina y su comparsa no deben olvidarlo.
Queda claro que ninguna figura dentro del panperonismo, ni de la política nacional, puede comparar su estatura como líder política. Pero Cristina perdió la empatía. Utilizó a sus seguidores y votantes como moneda de cambio para resolver sus cuestiones personales, y terminó eligiendo a quienes fueron sus adversarios internos, como Daniel Scioli, Alberto Fernández o Sergio Massa como sus candidatos presidenciales, lo que deja en claro que la mejor forma de obtener algo de ella es confrontándola y no subordinándose. Lo mismo le pasó con el establishment: reculó en chancletas cada vez que debió hacerlo.
Menos de una veintena de intendentes la acompañó en su asunción, de un total de 84 alcaldes peronistas bonaerenses. La conclusión es clara: Cristina ya no asusta. Ya no es “Madame Guillotine”: es una señora mayor aferrada al poder que pueda retener.
Para peor, el cambio en el sistema electoral que fracturó la elección nacional de las provinciales terminó de mutilar el poder de su dedo, otrora todopoderoso. Con urnas y boletas diferenciadas, ya no puede esgrimir el fantasma de un supuesto arrastre de las categorías inferiores. Para los intendentes es un alivio: ella atrae los odios de la mayoría de los argentinos y muchos de sus vecinos aún tienen puesta alguna expectativa en el gobierno de Javier Milei, después de la espantosa experiencia de Cristina y Alberto. Para el bonaerense es mucho más sencillo votar a su jefe municipal sin Cristina en la boleta. Difícilmente hoy en día la mayoría haría campaña por ella. Los riesgos de desprestigio que eso suponen son demasiado altos como para hacerlo, sobre todo a cambio de nada.
Aunque las cosas puedan llegar a cambiar, ya que la política es evanescente y caprichosa, hoy Cristina no es la presidenta del PJN más que en los papeles. Ni siquiera se animó a convalidar esa función en una competencia interna. Le guste o no, es la presidenta de La Cámpora y alguna otras organizaciones satelitales. El problema es que, mientras que esté vigente, resultará difícil que alguien pueda cohesionar al panperonismo bajo su liderazgo. Es un estorbo molesto, una piedra en el zapato peronista, cuya función consiste, más que nada, en permitir que amplios sectores de la sociedad continúen tolerando las políticas de Javier Milei, ante el riesgo de su eventual retorno, que hoy parece corresponder al terreno de la ciencia ficción.
Mientras así sea continuará en libertad, promoviendo la caída libre de la oposición que supo estar nucleada en el campo popular. Cristina experimenta el dolor de ya no ser, pero de ninguna manera está dispuesta a soportarlo en soledad. Antes se llevará puesto a todo el colectivo que supo liderar, y que hoy –con mayor o menor entusiasmo- le da la espalda.