La victoria de Javier Milei disparó una especie de efecto dominó sobre la política y la sociedad argentina. Para buena parte de los argentinos que tienen un salario en blanco, tanto público como privado, y para el universo de contratados que concluyen sus vínculos a fin de año, los anuncios oficiales de la nueva gestión fueron la confirmación de la crónica de una muerte anunciada. O, al menos, lo recibieron de ese modo. Para los informales y los caídos del sistema, la afirmación del nuevo presidente destacando que había por primera vez se había ganado una elección proponiendo un ajuste drástico sonó a frase incompleta, ya que Milei había prometido que el ajuste lo haría la “casta” política, y ahora se había trasladado al conjunto de la sociedad. ¿Y la “casta”? Seguirá existiendo, tanto en el nuevo oficialismo como en la oposición. No podría ser de otro modo: ya Gaetano Mosca y Vilfredo Paretto, entre muchos otros, demostraron hace mucho tiempo que, más allá de los sistemas imperantes, la lógica de las sociedades históricas es siempre la misma: una elite gobierna y concentra la mayoría de los recursos de los que el resto adolece. Cambiarán los porcentajes del reparto, los mecanismos de selección o los fundamentos tradicionales o institucionales. Pero el fenómeno ha sido siempre el mismo.
Del programa original de Milei la dolarización y el cierre del Banco Central se han procrastinado para tiempos mejores, el ajuste se ha socializado y la “casta” seguirá viva. Tampoco están los U$D 30.000 millones que aseguraba tener a disposición, provistos por Fondos de Inversión internacionales, ni los equipos con los que iba a llevar a cabo el cambio prometido. Pese a que todo esto era bastante previsible, la mayoría de la sociedad argentina eligió dar un salto al vacío antes que continuar presa de la confrontación entre cristinismo y anti-cristinismo, que muy poco le había aportado, al fin y al cabo.
Nadie podría dudar de que el voto a Milei fue la expresión del enojo, de la bronca y del rechazo a un modo tradicional de hacer política, y a las coaliciones que condujeron al país a la actual crisis, que se acentuó en los últimos 8 años. Pero, como sabemos, el concepto crisis puede definir tanto una catástrofe como una oportunidad de cambio, en sus respectivas concepciones occidental y oriental. Y, aunque formalmente las alianzas electorales derrotadas sigan en pie, ya no consiguen ni se esfuerzan por disimular las profundas diferencias y cortocircuitos que las atraviesan desde el mismo momento de su nacimiento, y que fueron radicalizándose con el paso del tiempo.
Tal vez el primero en advertir la precariedad del armado político de Javier Milei fue Mauricio Macri, quien desde hace mucho tiempo definió su ambigua estrategia consistente en apoyar simultáneamente a Patricia Bullrich para liquidar a Horacio Rodríguez Larreta, y a Javier Milei para derrotar a la vencedora en un segundo movimiento. Consciente de su imposibilidad de llegar a la presidencia por las urnas, apostó a convertirse en el titiritero del próximo gobierno. Sin embargo, hasta ahora no ha tenido éxito en su estocada final. Milei no se entregó sino que da batalla, Patricia Bullrich se le rebeló y aceptó la cartera de Seguridad, el schiarettismo y algunos actores destacados del menemismo le aportaron al nuevo presidente experiencia de gestión y contactos, y la vicepresidenta Victoria Villarruel fue degradada de cogobernante a titular del Senado.
Por cierto que con esto no basta para consolidar al gobierno que asumirá el 10 de diciembre, sobre todo si se decide a implementar el drástico plan de ajuste y recorte del gasto público que anunció. El perdón a Luis “Toto” Caputo es el producto de la necesidad de conseguir fondos frescos para iniciar la marcha, pero nadie lo imagina como Ministro de Economía a lo largo de cuatro años. Más allá de cuál sea el estado de la relación entre “el Messi de las finanzas” y Mauricio Macri, el ex presidente no consiguió formatear un gabinete a su medida. Ni siquiera pudo imponer a Cristian Ritondo como Presidente de la Cámara de Diputados, cargo que corresponderá finalmente a Martín Menem, hijo del “hermano Eduardo”.
A falta de una señal clara de Mauricio Macri y ante las dudas que les genera la administración de Milei, los gobernadores de JxC han tomado distancia del próximo gobierno. Pero su estrategia no parece haberles resultado muy redituable, ya que Guillermo Francos –el próximo ministro del Interior, cuya experticia y habilidad política nadie pone en duda-, decidió abrir el frente de negociaciones con el peronismo no cristinista. El punto de ruptura más claro se concretó con la aparición de Francos en la reunión de gobernadores peronistas organizada por Axel Kicillof, que se realizaba en simultáneo con el encuentro de gobernadores y legisladores de Juntos por el Cambio (JxC). “Nosotros le cuidamos los votos y le pusimos fiscales a Milei, pero Francos en vez de venir a vernos a nosotros, se va a reunir con los peronistas”, se quejó uno de ellos al enterarse, expresando la opinión general. Pero se trataba de una decisión perfectamente lógica: para garantizar la gobernabilidad a nivel nacional, el peronismo resulta un aliado mucho más confiable y efectivo que una deshilachada coalición que salió tercera y a los premios en las generales, y que promete estallar cada día. Más aún si con ella viene un cínico ex presidente decidido a poner de rodillas a Milei para ejercer él mismo el gobierno.
Si bien no puede hablarse de una alianza entre La Libertad Avanza y el peronismo, ya que lo que en realidad busca Francos, por ahora, es contar con un contrapeso antes las descaradas exigencias de Macri, debe tenerse en cuenta que sería de utilidad para ambos y, sobre todo, para el conjunto de los argentinos, ya que suavizaría el ajuste que debía implementar el próximo gobierno cualesquiera fuera su signo político, y pondría condicionamientos a las privatizaciones de nuestras “joyas de la abuela”.
En este estado de cosas, las absurdas críticas de Alberto Fernández a la aceptación de Daniel Scioli de continuar en la Embajada en el Brasil parecen un ensayo de realismo mágico. ¿Quién, sino “Pichichi”, podría garantizar la continuidad del estratégico MERCOSUR y una recomposición de las relaciones con “Lula”, después de las drásticas afirmaciones de campaña de Javier Milei? Los intereses perdurables de los Estados deben anteponerse a los particulares de cualquier gobierno. El nuevo presidente argentino lo entendió inmediatamente y envió a Diana Mondino, con la mediación y participación de Scioli, a calmar las aguas, con pragmática actitud.
El inicio de las conversaciones entre el peronismo y el próximo gobierno inquietó a los dos referentes de la grieta que intenta conseguir sobrevivir desesperadamente a los cambios en la sociedad. Cristina le marcó la cancha a las pretensiones de Macri de colocar a hombres propios en las Cámaras del Congreso Nacional: allí irán Martín Menem y, casi seguramente, Francisco Paoltroni a la Presidencia Provisional del Senado, ambos de La Libertad Avanza, según dispone la tradición institucional argentina. El respeto de esa tradición descartó la posibilidad de que un peronista y un macrista se inscribieran en el orden de sucesión legal de la presidencia en caso de un eventual paso al costado de Milei, con lo que tácitamente se fortaleció al nuevo gobierno. Pero, además, la debilidad en la cantidad de bancas de La Libertad Avanza le obligará a negociar con gobernadores y, sobre todo, con las bancadas opositoras, la aprobación de los proyectos de ley.
Pocos dudan de que ambas coaliciones opositoras terminarán saltando por los aires, y que el peronismo tendrá una enorme capacidad de negociación por el excelente resultado en la primera vuelta. También que Milei siempre dejó en claro su opinión crítica sobre el radicalismo y el cristinismo, pero jamás sobre el peronismo. Más aún, no habla con una papa en la boca, no estudió en el Cardenal Newman, es hijo de un colectivero que luego fundó una empresa propia, confirmando el modelo de movilidad social ascendente del peronismo. En síntesis, no tiene un ADN “gorila”, por lo que los puentes están abiertos.
Cuando, días atrás, Alberto Fernández criticó a Scioli, también manifestó su predisposición a continuar en la Presidencia o bien de abrir una instancia de “democratización” interna, frente a las exigencias de renuncia a ese cargo –y de Máximo Kirchner al PJ bonaerense- que explicitó el intendente de Esteban Echeverría, Fernando Gray, expresando la opinión de buena parte de afiliados y simpatizantes. Ni lerda ni perezosa Cristina intentó utilizar una vez más su “dedazo”, tratando de colocar en la conducción del Partido Nacional a su hijo y a “Wado” de Pedro. Inmediatamente Gildo Insfrán –Presidente del Congreso del PJ- la cruzó, y apelando al propio Perón le recordó que: «Esto ya lo decía Perón en el 74′ cuando planteaba que el método del dedo no va a ser eficaz, tiene que ser el método del voto», según confió el Senador José Mayans.
Si bien señaló que no compartía el diagnóstico, Mayans aceptó que la opinión mayoritaria es que «Esta es una nueva etapa en la que el peronismo está por definir su conducción política, acá se cayó todo el sistema de conducción. Hay que repensar el peronismo porque había muchas personas que estaban en responsabilidades que hoy no las tienen».
En el cristinismo están seguros de que ahora «Los gobernadores le van a cobrar a Cristina y La Cámpora la derrota ahora», con Axel Kicillof incluido, ya cansado de las zancadillas y exigencias de la ex presidenta y de Máximo.
En este escenario estallado y fracturado tendrá lugar la sucesión presidencial. Con la decisión de girar los fondos institucionales para el pago de los aguinaldos, Sergio Massa hizo su último aporte a la pacificación social en este tramo de su carrera. Nadie podría anticipar hoy, a ciencia cierta, cómo terminarán conformándose y articulándose las distintas tribus que componen el tablero, con una inevitable movilización social de fondo que previsiblemente tensará las cuerdas de la convivencia institucional. ¿Es Patricia Bullrich la indicada para garantizar el orden en las calles, apelando a su propio historial personal y de gestión? ¿Decidirá el nuevo gobierno gobernar por DNU, en caso de no conseguir los votos legislativos indispensables, o preferirá transitar el camino del diálogo aunque para ello deba limitar sus políticas de ajuste? Por último, ¿será este el gabinete definitivo o sólo el que lo acompañará durante el primer semestre de transición?
En pocos días comenzaremos a despejar estos interrogantes, con la expectativa de que la convivencia democrática continúe privando. Para bien de todos.