En los últimos días los saqueos ocuparon el centro de la escena argentina. Más allá de los debates acerca de las responsabilidades en su orquestación, las acciones de ese tipo siempre son la contratacara de un vacío de poder institucional. Una vez superados los primeros tramos de la pandemia, Alberto Fernández hizo todo lo posible para convalidar los ataques de quienes dudaban de su capacidad para gobernar. El problema fue que la principal promotora de la debilidad presidencial fue nada menos que su propia vicepresidenta, Cristina Fernández, quien hizo todos los esfuerzos a su alcance para convertirse en líder de la oposición. A su propio gobierno…
Desde la llegada de Sergio Massa al Ministerio de Economía, un año atrás, tanto el presidente como la vice prácticamente desparecieron de la escena pública. En un sistema presidencialista la ausencia del ejecutivo no puede pasar desapercibida. Un gobierno que nunca había encontrado el rumbo terminó de colapsar, y sólo los esfuerzos de Sergio Massa y de “Kelly” Olmos, en los Ministerios de Economía y de Trabajo respectivamente, mantuvieron las únicas señales de institucionalidad en la Argentina. Ante el desafío de las elecciones de medio término, los intendentes a cargo de carteras nacionales, como Ferraresi o “Juanchi” Zabaleta salieron a la disparada para tratar de conservar sus distritos. Con la derrota de 2021 el gobierno puso bandera de remate. El encargado de anunciarlo fue el Ministro del Interior, “Wado” de Pedro, quien encabezó la rebelión de funcionarios cristinistas que presentaron sus renuncias. Si bien no fueron aceptadas, nunca más gestionaron: se dedicaron a explotar sus cajas y a tratar de rosquear sus candidaturas, sin éxito.
A partir de allí hubo de todo. Juan Manzur volvió a su provincia; Aníbal Fernández pasó a cobrar un suculento sueldo sin gestionar; Victoria Tolosa Paz se ocupó de pasear por la pasarela imaginaria de los medios; Santiago Cafiero sólo se preocupó por tener conchabo… De los 18 ministros en actividad, 16 –más el Jefe de Gabinete- siguen escondiendo la cabeza debajo de la manta.
El Presidente y la Vice hicieron lo mismo. Sin preocuparse en lo más mínimo por sostener la fórmula presidencial de UxP, limitando su proselitismo a los distritos donde presentaban candidatos, la Cámpora y el Evita siguieron disfrutando de las mieses –y las cajas- que les provee un Gobierno Nacional que funciona como autómata.
En absoluto desgobierno, un tercer puesto en las PASO, con devaluación del 22%, disparada del dólar y fuerte incremento de los precios en las góndolas configuraron un escenario tentador, sobre todo cuando el único garante de la institucionalidad se encuentra fuera del país, tratando de recaudar fondos para garantizar llegar a diciembre y de relanzar una campaña presidencial que, pese a todo, le sigue asignando posibilidades. Las condiciones para los saqueos fueron preparadas por la huida del propio gobierno: los cínicos que los instrumentaron, tratando de sumar caudal electoral a sus propias candidaturas, se limitaron a aprovecharlas.
Varios comunicadores ultra oficialistas, en medio del caos, descubren recién ahora la precariedad institucional que invadió a la Argentina, y exigen que Alberto y Cristina Fernández asuman sus roles y un papel protagónico en la campaña. Siempre tarde y desacertados. Si la vicepresidenta levanta la cabeza espanta cualquier posibilidad de entendimiento con el radicalismo y el larretismo de cara a las elecciones generales, y liquida la propuesta de “gobierno de unidad nacional” que ha lanzado Sergio Massa.
Si Alberto habla, sabemos qué es lo que sucede. Casi cuatro años de presidencia honoraria han servido para curarnos de espanto. Pero el presidente se sintió convocado a hablar y lo hizo este miércoles en un acto de entrega de viviendas en la provincia de Neuquén, en el que sintió la necesidad de explicar por qué se mantenía en silencio. Apenas un día después de que su portavoz, Gabriela Cerruti, saliera a acusar a Javier Milei por los “hechos delictivos” de los saqueos, sin presentar prueba alguna.
Si bien podríamos preguntarnos por qué debe tener una portavoz un presidente que se ha desentendido de su responsabilidad de gobernar, más aún cabe cuestionar que esa portavoz salga, por inspiración personal, a caldear más aún el ya, de por sí, inestable clima social y político que experimenta la Argentina.
También sería deseable que si el presidente pretende explicar su silencio no tome por estúpida a la sociedad, afirmando que se calló porque no era candidato. Sólo le faltó agarrar la guitarrita y cantar “alguna que sepamos todos” de Lito Nebbia.
Por su intervención, Cerruti se ganó una causa judicial presentada por La Libertad Avanza. Alberto, por su parte, sufrió una fuerte reconvención de parte de la comitiva argentina que esforzadamente intenta conseguir los fondos indispensables para darle sobrevida a un gobierno zombie. La delegación del massismo le recriminó tensionar aún más la situación en medio del proceso electoral.
Alberto, Cerruti, Cristina y los ocupas ministeriales parecen decididos a hundir cualquier posibilidad electoral del candidato del UxP, por acción u omisión. Y, aún así, Sergio Massa continúa insistiendo, contra viento y marea, y conserva sus chances electorales.
Tal vez la alianza entre Massa, Rodríguez Larreta, Gerardo Morales y el peronismo real consigan cerrar una propuesta común y gobernar en conjunto a la Argentina a partir de diciembre, bien lejos de la Armada Brancaleone cristinista, los estafadores seriales del PRO y el engendro autoritario de Javier Milei. Caso contrario, el Apocalipsis finalmente se instalará en nuestra sociedad.
“Quien siembra vientos, cosecha tempestades.”, afirma el precepto bíblico. Demasiado tiempo ya venimos estando en manos de esos agricultores de la barbarie.