Ya dejaron de sonar los fuegos artificiales de la elección. Ahora la Argentina deberá transitar una nueva agenda, en la que las privatizaciones y el ajuste necesariamente confrontarán con la resistencia en las calles de los perjudicados, que seguramente será la mayoría. ¿Será capaz Javier Milei de construir el liderazgo y la gobernanza suficientes para escalar en sus propuestas, o terminará prisionero o desplazado por sus aliados Mauricio Macri y Victoria Villarruel? Incluso de concretarse su desplazamiento la realidad no será más pacífica: el ex presidente formuló este martes una peligrosa convocatoria a los jóvenes libertarios para salir a pelear en las calles contra quienes se opongan a las privatizaciones y reformas. Con declaraciones de este tipo, difícilmente contribuirá a hacerle las cosas más sencillas al nuevo presidente. Aunque, en realidad, este paree ser su objetivo.
Del lado del pan peronismo las cosas no resultan más sencillas. Difícilmente UxP consiga sobrevivir al cambio de gobierno. Siempre quedó en claro que se trataba de una coalición electoral que incluía a segmentos muy diversos –y, en muchos casos, difícilmente conciliables-, que sólo conseguían pactar una paz transitoria ante la necesidad de concluir el mandato presidencial y de presentar una opción electoral competitiva. Ambos objetivos se alcanzaron, pero no aparece en el horizonte ningún desafío que permita imaginar la continuidad de esa incómoda coexistencia.
Tres son las opciones que parecen dibujarse en lo inmediato como alternativas de reorganización para ese pan peronismo. La primera pasa por la órbita del amplio universo del cristinismo, donde aparecen dos opciones excluyentes, las de Cristina Fernández y la de Axel Kicillof. La lideresa histórica del espacio terminó saliendo relativamente favorecida de la derrota de Sergio Massa, ya que cuenta con una interesante cantidad de legisladores nacionales, a los que se suman los 12 municipios que ha conseguido sumar La Cámpora y el público reconocimiento de su conducción que formuló ayer públicamente esa organización. El problema radica aquí en la voluntad que la actual vicepresidenta manifieste de asumir ese nivel de exposición pública en lo sucesivo, y cuál será el devenir de sus recorridos judiciales. Cristina como jefa de la oposición le resulta útil tanto a ella como a la Cámpora o a la izquierda plebeya cristiana que se referencia en Juan Graboid, y, sobre todo, al futuro gobierno, que tendría una figura demoníaca a mano para justificar los tragos más amargos que deberá soportar nuestra sociedad, repitiendo el esquema diseñado por la administración de Mauricio Macri entre 2015 y 2019. Presa no le sirve a nadie.
El otro extremo de la tensión interna del cristinismo es Axel Kicillof. ¿Estará dispuesto a asumir simultáneamente los roles de gobernador bonaerense opositor de un Gobierno nacional de signo radicalmente inverso y de líder de la oposición? Axel deberá afrontar a la vez la confrontación del oficialismo nacional y la interna destituyente del ultracristinismo. No le quedará otra alternativa si quiere sostenerse en su cargo. Las opciones que se le abren son la gloria o el fracaso: o se convierte en el candidato natural para confrontar con el oficialismo en las presidenciales de 2027, o bien terminará recorriendo un trayecto similar al de Alberto Fernández durante la actual gestión. En su entorno, nadie cree que esta última sea la alternativa que prive.
El segundo camino del peronismo pasa por Sergio Massa, quien si bien anunció el final de su vida pública la noche de la derrota electoral, pocos creen que eso haya sido mucho más que un exabrupto justificado por el desplome de sus ilusiones presidenciales. Seguramente se tomará un descanso luego de la violenta sobreexposición a la que debió someterse en los últimos años, pero, más tarde o más temprano, “volverán a buscarlo” como referente obligado de algún tipo de alianza electoral y programática que aún resulta difícil pergeñar.
El tercer camino es el del peronismo anti-k, liderado por Juan Schiaretti, Martin Llaryola y Florencio Randazzo. Mientras que Llaryola deberá afrontar la exigencia de la gestión cordobesa y Randazzo aún mantiene la duda sobre su integración al gobierno de Javier Milei, Schiaretti se abocará a la idea de conformar una especie de JxC reformulado, que incluya a peronistas republicanos, radicales y el segmento no macrista del PRO. Su objetivo consistirá en acumular fuerza propia y recursos aportando gobernabilidad “crítica” al próximo gobierno. Y, sobre todo, articular con Javier Milei para evitar que sea devorado por Mauricio Macri.
Por ahora, estas son las tres principales líneas de desarrollo del pan peronismo que resulta posible imaginar. Aunque la vertiginosa dinámica de la política argentina no permita asegurar que lo que hoy parece lógico y evidente, mañana termine convirtiéndose en papel mojado.