Desde hace mucho tiempo se habla del divorcio entre la política y la sociedad como una verdad irrefutable. Sin embargo, poco ha hecho la dirigencia política en su conjunto -salvo honrosas excepciones- para modificar esa ruptura. De este modo y lo que parecía una verdad de Perogrullo se comprobó con contundencia en los procesos electorales desarrollados hasta ahora y que muestran niveles críticos de abstención, voto en blanco y autoimpugnación del sufragio.
Hasta ahora se han realizado elecciones de gobernador en 13 provincias, que suman el 29,36% del padrón nacional. En 5 de ellas (17,67% del padrón nacional), se impusieron fuerzas provinciales. En otras 5 (7,18% del padrón), ganó UxP. Y en las 3 restantes (4,51% del padrón), la victoria correspondió a JxC. La abstención electoral más el voto en blanco y la anulación del sufragio se acercan llegan al 35,88 %.
En todos los casos los vencedores son fuerzas de centro o de centro derecha, y tanto la izquierda como los libertarios han sumados rotundos fracasos, a excepción del FIT en Jujuy y de expresiones asociadas a La Libertad Avanza en La Rioja y Formosa, aunque obteniendo resultados decepcionantes también en estos casos.
Si sumamos los índices de abstención, voto en blanco y autoimpugnado, el desglose por provincia sería el siguiente: Chaco, 50,76 %; Tierra del Fuego, 43,28%; Mendoza, 40,60 %; Córdoba, 38,78%; Misiones, 35,49%; Jujuy, 34,26 %, Salta, 32,45%, La Rioja, 32,30%, San Luis, 31,64%; La Pampa, 30,99%, Formosa, 29,10%, San Juan, 29,06 y Tucuman, 28,87%.
En síntesis, las 13 provincias en las que se votó componen un padrón total de 11.500.000 votantes, de los cuales 4.120.000 (35,82%) no votaron, votaron en blanco o autoimpugnaron.
A excepción de Misiones y Formosa, en el resto el candidato vencedor obtuvo una cantidad de sufragios inferior a la suma de las abstenciones, los votos en blanco y los autoimpugnados. De este modo, quienes decidieron desentenderse de la política son la primera fuerza nacional hasta ahora. Con el agravante de que en nuestro país el sufragio es obligatorio, lo que deja planteado el interrogante sobre a cuánto subiría ese descontento en caso de que el voto fuera optativo.
Aún cuando queda claro que no necesariamente estos porcentajes se repitan en las elecciones nacionales, habida cuenta de que se trata de una decisión que afecta de otro modo los intereses individuales de cada uno, ya que implican la adopción de un rumbo político, económico y geopolítico que nos afectará al conjunto de los argentinos, no por eso debe obviarse una cuestión fundamental que deberá incluirse en la agenda de la próxima gestión: la reconciliación de la política con la sociedad.
Este es un objetivo decisivo para garantizar la gobernanza de la sociedad, que no debería ser postergado aunque una polarización de las opciones disponibles en un eventual ballotage permita disminuir sensiblemente los niveles de abstencionismo y de negatividad de los argentinos al momento de emitir su sufragio. Sobre todo teniendo en cuenta la instalación de propuestas autoritarias que descalifican y caricaturizan al sistema democrático.