• 27/07/2024 04:48

Sergio Massa, ¿la alternativa para reflotar al Titanic argentino?

Sep 9, 2023

La sociedad argentina se convirtió en una especie de psiquiátrico, en el que los pacientes somos todos. El diagnóstico social indica que la causa de la internación es haber tomado en serio a un aventurero estallado, que imagina constantemente nuevas propuestas para provocar el caos social, pero que, en lugar de ser diagnosticado y tratado, es tomado en serio por el resto de la dirigencia política, que insiste en responder a esas iniciativas que resultan inaplicables. La única brújula de Javier Milei es profundizar la situación de pre estallido social, formulando propuestas inconexas, fantásticas y, a menudo, contradictorias, que con los números de las PASO en la mano, sus voceros insisten en relativizar e, incluso, en descartar por descabelladas. Nunca, hasta ahora, se había asistido al espectáculo de un candidato desautorizado por su propio equipo de trabajo, o de un equipo de trabajo en el que cada uno piensa distinto, y en lugar de callarse lo hacen público a quien quiera oírlos. Claro está que el mal precede a Milei; caso contrario, nadie lo habría tomado en serio ni le hubiera dado espacio en el debate político ni en los media.

El fenómeno Milei sólo pudo cobrar vuelo en una sociedad que se quedó sin programas, proyectos ni alternativas políticas. Al fracaso de Cambiemos le siguió la demolición interna del Frente de Todos, empezando con una vicepresidenta empeñada en convertirse desde su posición institucional en jefa de la oposición. La “pesada herencia”, la pandemia y cuarentena consiguiente, la crisis inflacionaria internacional, la guerra y una sequía inédita contribuyeron a generar el terreno resbaladizo de una gestión que asumió sin programa preacordado, armada entre gallos y medianoche para evitar la reelección de Maurcio Macri. Con un presidente que además, con sus contradicciones y aspiraciones sobredimensionadas, hizo todo lo posible para devaluar la investidura presidencial.

Pese a todo, el gobierno tuvo algunos logros importantes que nunca supo comunicar adecuadamente. Tampoco ayudó que no se propusiera construir un relato ni plantear una utopía. Ni siquiera postuló un horizonte. Si no le fue aún peor en tales condiciones se debió a la presencia de una coalición opositora colapsada que, sintiéndose ganadora desde un principio en el próximo recambio presidencial, se dedicó a promover la guerra civil interna, desautorizándose a ritmo creciente a los ojos de los argentinos.

La situación de anarquía más o menos ordenada en que cayó la sociedad argentina, con los dos grandes polos de la grieta condenados a un retiro no querido de cualquier pretensión de retornar a la presidencia generó necesariamente una gravísima situación de vacancia política. Dos fueron las alternativas que empezaron a madurar: por un lado, la de un postulante que se presentó como ajeno a la “casta” y que trató de incrementar el caos en escala geométrica, disparando sus propuestas sobre el terreno fértil que le proporcionaban diversas cuestiones que estaban previamente instaladas en el imaginario social como las causas de la “decadencia argentina”, aunque ellas se invalidaran mutuamente y ni siquiera resistieran a un mínimo análisis racional, y la apelación a la fantasía voluntarista de una dolarización que, en su versión anterior, nos arrojó a la terrible crisis del 2001. La segunda opción fue la de un Presidente de la Cámara de Diputados que se calzó el traje de Superministro el día antes al que razonablemente debería haberse puesto en marcha el helicóptero del retiro anticipado del Gobierno de Alberto Fernández. Su ultraactividad y capacidad de gestión consiguieron evitar esa catástrofe en un terreno minado, en el que simultáneamente debió –y debe- soportar las injustificadas críticas de una coalición opositora cuya gestión previa llevó al colapso; las inusitadas presiones de un FMI al que le cabe un altísimo grado de responsabilidad en la crisis actual de la Argentina; la invisibilización –cuando no el “fuego amigo”- de muchos de sus supuestos aliados del FdT; y la instalación mediática de un candidato detonado que asumió con éxito el rol de Profeta del Apocalpsis, apelando a convertir en programa las tensiones, frustraciones y rencores de amplios sectores de la sociedad argentina.

Pese a que la biblioteca desaconsejara que un Ministro de Economía de un gobierno en crisis y con altísimo nivel de inflación pudiera tener chances como candidato presidencial, una vez más la Argentina parece demostrar su excepcionalidad y su desapego al saber establecido. En efecto, no sólo Sergio Massa consiguió realizar una digna elección en las PASO, sino que, a partir de entonces –con devaluación incluida, impuesta por el cínico chantaje del FMI- sus chances de victoria en las generales se han ido incrementando con el paso de los días.

Por cierto que nada de esto fue magia. La habilidad y la capacidad del candidato de UxP, acompañado de un equipo que comparte su disposición a la ultraactividad y a no dar la batalla por perdida más allá de cualquier diagnóstico fatalista han jugado un papel determinante en este ascenso. También, por cierto, contribuyeron la decrepitud de una alianza opositora, que sumó a sus dislates internos la presentación de una candidata invotable, y las contradicciones y confrontaciones públicas entre Milei y sus asesores. Ni qué decir de la ambigüedad de las acciones de Mauricio Macri, que intensifican el caos dentro de JxC sin garantía de que esa pulverización termine beneficiando al candidato libertario.

Durante meses, la política tradicional insistió en tomarse en serio a Milei. En lugar de ignorar sus propuestas las convirtió en agenda de debate, apelando a una racionalidad que no caracteriza al casi 30% de los argentinos que lo votaron. Milei canaliza la bronca y el rencor hacia una dirigencia que, hace tiempo, perdió toda empatía social y, lo que es peor, la mayoría de sus votantes, en las encuestas cualitativas, prefiere un programa de gobierno que se ubica en las antípodas de las propuestas inconexas de su candidato. Podrían llegar a convertirlo en presidente pero pocos de ellos saldrían a respaldarlo en el eventual caso de que pretendiera aplicarlas, con el agravante de que, sin gobernadores ni mayorías en las cámaras legislativas, debería recurrir al mecanismo anticonstitucional y autoritario del plebiscito.

En el entorno de Milei saben que no podrían gobernar sin la “casta”, que no puede eliminarse el empleo público ni los planes sociales, que necesitarían del apoyo de los sindicatos y que la dolarización sería un absurdo que sólo configuraría un horizonte de guerra civil. De este modo, mientras que el candidato sigue con su discurso exitoso de apelación al Apocalipsis, sus voceros salen a desmentirlo desde todos los ángulos y en cuanto foro o señal son invitados.

El interrogante consiste en escoger a quienes les hablan los candidatos de las dos coaliciones principales: si a al 30% que votó a Milei, para tratar de convencer desde razonamientos racionales a quienes optaron por la irracionalidad y la empatía emocional con un candidato tan estallado como ellos mismos; o al 70% de los electores de las PASO, más el otro 40% que decidió no concurrir a las urnas, votar en blanco o impugnar sus votos.

Por el lado de Bullrich, la pérdida de rumbo es absoluta, a punto tal que decidió entregarle llave en mano la campaña a un vendedor de ilusiones como Carlos Melconian. Sergio Massa, en cambio, ha optado por tomar al toro por las astas e interpelar a las expectativas y temores de los votantes racionales con una inagotable batería de argumentos esclarecedores sobre los espejitos de colores que insiste en vender el libertario y anuncios cotidianos concretos que benefician a amplios sectores de la sociedad, como anticipos de lo que sería su programa de gobierno en el caso de conseguir imponerse.

Si bien la estrategia de Sergio Massa comienza a revelarse como superadora en las encuestas –con todas las salvedades que deben hacerse al respecto-, resulta indispensable que sus aliados y los sectores responsables de la oposición que tienen en claro la catástrofe que supondría un gobierno de Javier Milei asomen la cabeza, expliciten su apoyo y salgan a realizar el trabajo territorial que hasta ahora estuvo ausente. Algunos eventos de los últimos días invitan a creer que, finalmente, abandonarán su tendencia autodestructiva para sumarse al esfuerzo para, finalmente, comenzar a revertir la decadencia argentina a través del gobierno de unidad nacional que propone Massa.

En este sentido, la reunión de este sábado en Tucumán invita a abrigar esperanzas de que, conducidos al borde del abismo, los argentinos decidimos no seguir adelante. Si esto finalmente llegara a concretarse, el tablero político argentino necesariamente deberá experimentar una reconfiguración, con la emergencia de nuevos liderazgos, programas y utopías sociales, disolviendo los términos de una grieta letal, cuyas consecuencias han terminado por invalidar la potencialidad transformadora de la política, haciendo emerger como alternativa posible a un fabulador esquizoide.

La historia argentina demuestra que, en los momentos críticos, la hegemonía peronista fue la receta virtuosa para llegar a buen puerto, afrontando las consecuencias de los dislates social-demócratas y neo-liberales. En 1989 Carlos Menem encarnó la solución para superar la crisis del alfonsinismo. En 2002/2003, Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner consiguieron sacar al Titanic argentino del naufragio. ¿Será Sergio Massa el encargado de tomar la posta en 2023?